LA HUMILDAD
La humildad es quizás una de las virtudes más olvidadas y despreciadas de nuestro tiempo. En un mundo que valora mucho las apariencias, en una sociedad del marketing y del generar “impresiones”, la humildad es vista como un enemigo. Es una debilidad, un flanco abierto, una posible limitación.
En cierto sentido no faltan razones para pensar así. Muchos tienen un concepto de humildad que significa un menosprecio de la persona. A veces se cree que humildad es proclamar la poca habilidad o valor que se tiene, hablar de uno mismo en términos poco elogiosos, decir con aparente sinceridad que uno es poco inteligente, que no es hábil en tal o cual cosa, que los demás son mucho mejores qué él.
Humilde, sin embargo, no es el que se menosprecia ni el que niega su propio valor como persona. Es, en realidad, andar en verdad. ¿Qué significa andar en verdad? Significa reconocer y aceptar, como hijos de Dios, nuestra dignidad y nuestra condición humana, con todas sus grandezas y fragilidades.
La humildad supone, por ejemplo, reconocer los dones que tenemos. Si somos bondadosos, o inteligentes, o poseemos gran espíritu de servicio, la humildad nos lleva a aceptar y reconocer que tenemos esos dones. No nos lleva ni a ocultarlos cuando podemos usarlos, ni a hacer alarde de ellos para ser alabados. Por el contrario, con la genuina aceptación del don, nos lleva a reconocer que los hemos recibido de Dios, y que son asimismo una responsabilidad.
De igual modo nos lleva a reconocer nuestras faltas, no con afán de hundirnos o excusarnos, sino con sencilla aceptación de nuestra fragilidad y limitación. En ello encontraremos ocasión también de acercarnos cada vez más al Señor Jesús y renovarnos en nuestro deseo de conversión. Humildad y verdad están profundamente relacionadas. Sobre todo la verdad que encontramos en el Señor Jesús, que ilumina el misterio de toda persona humana. Con Cristo podemos vivir la auténtica humildad, que nos lleva a reconocer con sinceridad nuestras faltas, pero nos recuerda asimismo la gran dignidad que poseemos todos como hijos de Dios.
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