martes, 5 de noviembre de 2013

LAS ESMERALDAS DE ASIETA - ISLA DE SAN MIGUEL DE LA PALMA

 

Las esmeraldas de Asieta

 
“… quando Dios castigó aquel puerto con una peste de fievre amarilla, que havía día en que morían más de sien personas; se encomendó a la milagrossísima ymagen de Nuestra Señora Dª Nieves suplicándole se condoliere de ella y que le livertase de aquel azote y parese la Virgen le oió, por lo que mandó un anillo de oro con gran esmeralda quadrada…”
 
 
 
Desde siempre se ha oído hablar sobre una extraña inscripción que, supuestamente, ha tenido la Virgen grabada en su espalda o dorso de terracota. Un enigmático y célebre epígrafe: “ASIETA” o “ASYETA”, conocido como el acrónimo (sigla que se lee como una palabra) de “Alma Santa Inmaculada en Tedote Aparecida”. Es así como el erudito Juan Bautista Lorenzo Rodríguez (1841-1908) la había descifrado, con lo que se confirmaría su naturaleza prehispánica. (Recordemos que Tedote es el nombre aborigen del cantón donde se haya enclavada la capital palmera). Se trata de un nombre propio que llevan muchas mujeres palmeras de todas las edades y que ha sido asumido como sinónimo o hipocorístico de “Nieves”. Así, desde comienzos del Novecientos, se localizaban registros bautismales con este nombre.
 
Wamgüemert y Poggio, en su libro publicado en 1909 titulado Influencia del Evangelio en la Conquista de Canarias asegura que, no sólo es cierta la existencia del mencionado grabado, sino que éste fue estudiado por el Obispo Antonio Tavira y Almazán (cuya visita al Santuario tuvo lugar en 1794). Este prelado había examinado con rigor la inscripción definiéndola como “Alma Santa Inmaculada En quien Tenemos Amparo”.
 
No obstante, ni en el acta correspondiente a esa visita, ni en el Archivo Parroquial consta que la “Morenita” posea tal inscripción. Es posible que los historiadores hayan hecho caso al asunto “de oídas” sin haberlo estudiado en profundidad. Incluso se ha dicho que así era llamada por el pueblo benahoarita que ya la veneraba antes de la Conquista de La Palma. Recordemos que es la imagen mariana más antigua de Canarias y que ya estaba en Benahoare antes de la llegada de los castellanos comandados por el Adelantado Alonso Fernández de Lugo en septiembre de 1492.
 
 
 
Es rotunda la aseveración hecha por el palmero Alberto- José Fernández García en su galardonada publicación titulada Real Santuario Insular de Nuestra Señora de Las Nieves (León, 1980). Allí explica cómo tuvo el gran honor de contemplar la imagen de la Patrona de La Palma sin las ricas vestiduras que la cubrían. Confirmó así mismo que no había encontrado nombre o inscripción alguna. Ello coincide con las opiniones de los diversos mayordomos o camareras que la venerada efigie ha poseído en las últimas generaciones.
 
Sin embargo, según el testimonio del sacerdote y escritor José Crispín de la Paz y Morales, éste afirmaba haber visto la inscripción, muy difusa, sobre el dorso mariano: “en su espalda tiene un letrero en caracteres poco profundos e irregulares que parecen querer decir Asieta”.
 
Esta supuesta leyenda fue objeto de especulación y de variopinta interpretación desde el siglo XVIII hasta principios del XX. Así, en la descripción de los festejos de la Bajada de 1765 (Antonio Abdó, 1989) consta que, durante la procesión del retorno de la Morenita a su Santuario, se confeccionó una magnífica fuente de la que brotaban seis hilos de agua que “cifraban con primor las seis letras que tiene grabadas en su vestuario esta prodigiosa ymagen, que son ASYETA”.
 
 
 
Otra opinión es que esta inscripción había sido esculpida detrás de la Virgen, pero no en su pequeña imagen de terracota policromada de finales del s. XIV, sino en el fondo del antiguo nicho u hornacina del retablo que ya ha desaparecido. Así, el devoto Leodegario Matos conjeturó la posibilidad de que las cifras se hallasen labradas en el nicho de la Virgen.
 
El espectacular y valioso joyero de “Asieta” o de Nuestra Señora de Las Nieves –Regidora Mayor y Patrona Inmemorial de La Palma y de Los Palmeros- está documentado desde las primeras donaciones en el siglo XVI. Es un testimonio de piedad y devoción fervorosa de generaciones de palmeros a lo largo de estas últimas cinco centurias.
 
No ocurre así con los de, por ejemplo, las Vírgenes de Candelaria en Tenerife y de El Pino en Gran Canaria. Esto ha sido motivado por varias razones: la desamortización, los robos perpetrados, varias requisas, fundiciones, desmontaje de piezas, pérdidas, deterioros, etc. En el caso de Candelaria, se posee –aparte de una serie de noticias fragmentarias- los apuntes interesantes escritos por fray Pedro de Barrios en 1769. En el caso de El Pino, se han conservado libros de prendas e inventarios. Tanto estos manuscritos como los retratos de sus veras efigies constituyen unos testimonios únicos que nos ayudan a conocer sus valiosos joyeros, hoy desaparecidos. Afortunadamente, no ha ocurrido así con el caso de Las Nieves en La Palma, cuyas alhajas ofrecen un caso de extraordinario interés, no sólo por su antigüedad y calidad, sino por la completa documentación que ha llegado hasta nuestros días.
 
Muchas de estas dádivas a la “Morenita” fueron ofrecidas por devotos como exvotos para agradecerle su mediación en forma de prodigios: la llegada de personas dadas por perdidas, la milagrosa curación alcanzada, la llegada a buen puerto tras la tormenta o acoso pirático, el buen parto, y así un largo etcétera. El Santuario custodia un largo catálogo de valiosas prendas y alhajas con las que el pueblo palmero ha agradecido a su Patrona los favores recibidos.
 
“Como la rosa en la cuna
del botón, donde le teje
para cárcel de su pompa
cinco prisioneros lo verde,
que descolorida al susto
su candidez inocente,
prisionera de diamante
grillos de esmeralda tiene,
triste y retirada vive
hasta que pudo impaciente
romper el fuero a la injusta,
severa ley que le prende
y convirtiendo en halago
su pena, en nácar su nieve,
ostenta ufana en el prado
majestad de rosicieres :
así, Señora, oprimido
nuestro generoso, ausente
fiel corazón en la cárcel
de una esperanza…”
 
 
 
El tesoro impresionante que conforma el suntuoso joyero de la Virgen de Las Nieves -único en el Archipiélago cuya relación sería una empresa prácticamente inacabable-, está compuesto en una gran mayoría, por los regalos de los indianos. Baste decir que, a finales del XVII llegaron a existir en América dos apoderados del santuario. Nos recuerda el mismo profesor que uno se hallaba en la ciudad peruana de Lima y otro en La Habana, nombrados en 1694 por su mayordomo con el sólo objeto de recibir los legados hechos a la Patrona de La Palma en “rrealez, oro, plata, perlas, joyas, prendas y otras cualesquiera alajas de los géneros referidos, ornamentos, bestidos… así en el dicho reyno del Pirud como en otras cualesquiera partes…”.
 
Uno de los primeros datos que conocemos acerca del joyero de la Virgen se remonta al inventario del 12 de enero de 1571, donde consta “una corona de plata que con hechura y todo pesa 24 doblas”. Más tarde, el 3 de octubre de 1574, se consigna “una corona de plata del niño jesus” y “un viril de Indias” De entre las impresionantes joyas que posee la venerada Imagen, la que posiblemente sea una de las más antiguas, es un calvario en miniatura, dentro de un cilindro de cristal engastado en oro, del que penden nueve perlas. Fue regalo del Regidor de La Palma Guillén de Lugo Casaus en 1576.
 
 
 
La corona de oro, esmaltes y perlas que aparece inventariada por primera vez en 1603, fue enviada desde el Nuevo Reino de Granada, en Indias, por Pedro Fuentes, un hijo de La Palma. Otras coronas de plata fueran traídas desde América por Agustín Poggio, pero fueron fundidas para la construcción del fabuloso trono festivo de plata de la Virgen. Un hilo de cuentas de oro dejado en testamento por Polonia Lorenzo en 1633. El riquísimo collar de esmeraldas con medallas esmaltadas y perlas lo posee desde 1648.
 
El capitán portugués Manuel de la Mota le regaló el precioso rosario de perlas gruesas, a condición de que la Sagrada Imagen lo tuviera siempre encima “por la mucha devocion con que se lo habia traydo y que confía traer otras cosas dándole buen viaje”. La dama Beatriz Corona y Castilla (fallecida en 1685) donó un valioso collarete de oro y esmeraldas al recuperar su deteriorada salud tras el primer parto…
 
La provincia andina de Mérida –actual estado de Venezuela-, perteneció hasta bien entrado el siglo XVIII al virreinato de Nueva Granada, lo que hizo que su platería adquiriera un carácter muy semejante a la producida en Colombia. Llegó a ser una tierra muy rica en metales y piedras preciosas, sobre todo esmeraldas y perlas. Nueva Granada fue la primera región productora de oro de las Indias. Se calcula que su rendimiento fue de unos cien mil kilos durante el siglo XVIII. Por esto no es de extrañar que los obsequios llegados de esta zona del Nuevo Mundo tengan carácter de joyería, especialmente coronas en oro, esmaltes y esmeraldas, ofrendadas a las diversas patronas de las Islas.
 
 
 
Era una piadosa costumbre muy arraigada en las señoras de la época la de donar joyas y vestidos a las imágenes de su particular devoción, sobre todo a la Virgen de Las Nieves. Así, una “lagartija” de oro y esmeraldas fue obsequio de Margarita de Guisla Van de Walle en 1652. Otra muy parecida –junto a un vestido verde de tela de oro- fue dejada a la Patrona por Francisca Vélez de Ontanilla en su testamento de fecha 3 de abril de 1778. Ambas obras de arte fueron enajenadas para sufragar los gastos que supusieron las reformas de la capilla mayor en 1876.
 
En agosto de 1812, la camarera de la Virgen recibió de una vecina de Breña Baja un “anillito con una esmeraldita que havía prometido a la Santísima Ymagen de Nieves en una aflicción en que se vio y parece le oió la Santísima Ymagen…” Otro anillito de oro con una esmeralda pequeña le fue ofrecida por una criada de las monjas catalinas de la capital palmera; una sortija de oro que donó una esclava de Pedro Vélez y Pinto, rector de la parroquia matriz de El Salvador; otro anillo con nueve esmeralditas mandó el cubano Vicente Padrón, “por mano de José Luis; y recivió el señor maiordomo en 1º de 1811”…
 
 
Son numerosas las relaciones de alhajas que constan en los libros de Inventarios y de Cuentas de Fábrica del Santuario en los que, según informa Pérez Morera, “a la par que reflejan la posición social de sus donantes, los obsequios representan a todos los estratos sociales; y al lado del regalo de los linajes más nobles y pudientes –damas de distinguida condición y encumbrados caballeros- encontramos los más humildes de sirvientas y esclavas”. Personas de toda clase condición eran los donantes, desde indianos y regidores, mareantes y clérigos, campesinos y escribanos públicos, camareras de la Virgen y devotas anónimas, casadas y solteras, ancianas y adolescentes, jueces y reos, mecenas y mujeres tapadas que ocultaban su rostro… Así, se recibe en 1642 una poma de filigrana con tres calabacitas pendientes de quien se ignoraba su identidad “porque la dio vna tapada a un clérigo que la diese”.
 
Componen el valioso joyero de la Virgen numerosos collares de perlas y oro, valiosos rosarios, cruces de esmeraldas, oro y esmaltes, broches de oro y piedras preciosas, medallones de filigrana; la “Rosa Aurea” -una gran rosa de oro macizo donada por Manuela de Sotomayor que luce entre sus manos la Virgen en las grandes solemnidades-, innumerables anillos, cadenas, pulseras, sartas de perlas, rosetas, lazos, pendientes…; también dijes –colgantes a modo de juguetes para el Niño-; aguacates y bellotas de oro; higas –amuletos contra el mal de ojo en forma de puño- en marfil, plata, oro, coral; pinjantes de cadenas en forma de pájaros y sabandijas, como cocodrilos y salamandras; un rostrillo cuajado de perlas y esmeraldas hecha por orden del Visitador (el 19 de septiembre de 1757); una custodia de diamantes, oro y perlas fue el legado de Ana Teresa Massieu y Vélez de Ontanilla en 1706
La guirnalda de oro, esmeraldas y gemas que lleva la imagen sobre los hombros -confeccionada por el orfebre palmero Manuel Hernández Martín- le fue colocada el 28 de mayo de 1972, en la “Fiesta de Las Madres”. Otras piezas importantes son: la lujosa “Eme” de María hecha de perlas; las maravillosas coronas de diamantes y gemas de la Coronación Canónica, efectuada por Monseñor Tedeschini –Nuncio Papal- el 22 de junio de 1930-; y así una larga relación de alhajas impresionantes que, incluso, tienen nombre propio: “la Sirena”, “la Custodia”, “el Barco”, “la Lira”, etc.
 
 
El barco de marfil en miniatura fue obsequio de Asunción García de Aguiar; la preciosa lira de oro y esmaltes fue obsequio de Rosario Becerra y Cosmelli. Esta ilustre dama regaló a la Virgen todas sus joyas para que fueran invertidas en las mencionadas coronas imperiales para su coronación; también dejó todas sus alhajas el párroco José Crispín, en su testamento de 22 de octubre de 1952… Curiosamente, monjas y religiosas regalaban importantes prendas a Asieta en sus lustrales bajadas, en sus conmovedoras despedidas de la Virgen tras la estancia de la imagen en los conventos capitalinos de Santa Agueda y Santa Catalina, por si el adiós fuera para siempre…
 
Juana Felipe Cárdenas le regaló un bello medallón de filigrana de oro y perlas en 1903. La mayor esmeralda que luce la imagen la recibió de manos de José Manuel de Fuentes en 1757. Un soberbio broche y una sirena de esmeraldas, un clavo de oro, un broche de esmeraldas y una cadena de magníficas perlas fueron dádivas de María de Las Nieves Pinto y Vélez de Ontanilla en 1779. Esta rica dama también le regaló la plata de la mandorla o sol que nimba la imagen. Un vecino de La Habana, Domingo Hernández, había regalado en 1672 un espléndido conjunto de joyas, entre las que se encuentran una fabulosa cruz de esmeraldas, oro y esmaltes. Manuela Sotomayor le regaló un hermoso lazo y cruz de oro y perlas. En el largo catálogo de alhajas aparecen otras valiosas cruces: con broche de oro, esmeraldas, amatistas, perlas y topacios (Arte Barroco del siglo XVIII); otra cruz de oro, esmaltes, perlas y esmeraldas (joya Renacimiento centroeuropeo de finales del XVI); otra de oro, esmaltes y esmeraldas con pendientes de perlas, con broche de oro y esmeraldas del siglo XVII; otra pieza con cadena confeccionada de oro y esmeraldas del siglo XVII, etc.
 
Muchas de estas prendas, al igual que ocurría con las piezas del vestuario, llegaron a ser consideradas como talismanes protectores. Así, algunos devotos las adquirían y con este dinero se podían sufragar importantes obras en el Santuario, como ocurría con la elevación de la capilla mayor, etc. También, para terminar la construcción (1701-1707) del fabuloso retablo mayor, pieza exquisita del barroco, se enajenaron numerosos zarcillos, rosas de pecho y sortijas. Así, como ejemplo, Luis Cervellón, adquirió por 53 reales un anillo con una pequeña esmeralda sobre un corazón y una sortija con 26 perlas…
 
Una joya de pecho, denominada “la custodia”, fue donada por Ana Teresa Masssieu y Vélez de Ontanilla en torno a 1706, “original diseño sin parangón conocido en la joyería española”, siguiendo los deseos que la Virgen había transmitido en una visión de la beata María de San José Noguera (1638-1705). Ésta había revelado a su confesor Pinto de Guisla, que la Virgen deseaba que se le hiciese un vestido verde, con su nombre bordado en la saya, con su corona y “una custodia en el pecho que me sirva de hoia”. Aparte de otras piedras, la alhaja -en forma de ostensorio- está formada por “quince esmeralditas y algunas perlas”. La preciosa pieza está atribuida al platero Diego Viñoly (1692-1743). El joyero posee otra custodia a modo de colgante (11,5 x 5,5cms.) de oro, esmeraldas, perlas y esmaltes (arte barroco, finales XVII).
 
Desde las Indias llegaron grandes esmeraldas y perlas perfectas como jamás antes se habían visto. Procedían de las pesquerías de las costas caribeñas, del litoral ecuatoriano y de las minas colombianas. El espectacular rostrillo que luce la Virgen de Las Nieves en las grandes solemnidades es una prueba fehaciente. Se confeccionó en torno a 1770 para aprovechar muchas esmeraldas y perlas que se tenían que ya estaban inútiles “por la antigüedad de su hechura” y que se encontraban en anillos, sortijas, sartas, madejas, hilos, collares, etc.
Así, en La Habana se comercializaba también costosas joyas y alhajas confeccionadas en oro con engastes de espectaculares esmeraldas de Nueva Granada, así como de corales, manatí, perlas, aljófares, esmaltes, piedras preciosas, etc. En la ciudad cubana también se adquirían directamente las esmeraldas indianas. Pérez Morera nos informa de que “en tiempos del mayordomo don Diego de Guisla y Castilla, se otorgó poder a favor del licenciado don Marcos de Herrar para que cobrara en La Habana cien pesos pertenecientes a la Virgen de Las Nieves, destinados a la compra de unas esmeraldas para un rostrillo”. En 1713, hizo protocolar una misiva recibida de José Martínez, fechada en La Habana el 8 de octubre de 1712, en la que se comprometía a comprar las esmeraldas de su peculio, por “ser para obra tan buena y para vna señora a quien tanto reverensio” (Andrés de Huerta Perdomo, 11 enero 1713).
 
Los incas y los aztecas consideraban la esmeralda una piedra santa. En este sentido –según el estudio de Galiana-, algunos escritos hinduistas contienen comentarios sobre estas piedras preciosas verdes, calificadas de sagradas y usadas como talismanes, y su energía curativa. El verde esmeralda era considerado un color de vida y amor. En la Roma antigua era el color dedicado a Venus, diosa del amor y la belleza. El verde es también el color santo del Islam. La esmeralda simboliza el conocimiento mágico y el poder de los magos.
 
El investigador Pérez Morera indica que, uno de los envíos documentados, el único que aún se conserva y es posible identificar, es el donado en 1675 a la Virgen Palmera por el vecino de La Habana Domingo Hernández. Así, en su nombre y en el de su difunta esposa, enviaron un gran tesoro en joyas, apreciadas por el afamado platero Pedro Leonardo de Escobar y Santa Cruz, del que sobresale una cruz rica de oro esmaltado, esmeraldas y perlas pendientes.
 
En 1606, el mercader Ruy Pérez de Cabrera remitió desde Sevilla a Santa Cruz de La Palma, a través del maestre Miguel Rodríguez de Acosta, “un caimán de oro con dies y ocho esmeraldas y una perla y un onbresillo” junto con otras ricas joyas. También para la “Morenita” habían llegado dos singulares lagartijas de oro y esmeraldas que fueron reproducidas, según Pérez Morera, “-colgando de los extremos inferiores de la eme de perlas que la virgen ostenta sobre la barquiña- en un verdadero retrato litográfico editado en París en 1860”. Fueron enajenadas en 1876. La primera, que poseía ocho esmeraldas y un doblete pendiente de topacio, había sido donada en 1652 por Margarita de Guisla Van de Walle, esposa del mayordomo del santuario Bartolomé Pinto. Fue hurtada a la Virgen en marzo de 1678, pero recuperada en la tienda de un comerciante holandés. Gracias a la generosa donación de Rafael Cabrera Vidal, la exquisita pieza le fue restituida a la Virgen en 2010, gracias a que sus diferentes propietarios habían transmitido de generación en generación el recuerdo de su pertenencia a Nuestra Señora. La segunda lagartija, con diez esmeraldas y un pendiente de perlas, fue ofrecida por la dama Francisca Vélez de Ontanilla, camarera de “Asieta”, en 1778.
 
Otra de las joyas más emblemáticas de Nuestra Señora es la “sirena”. Se trata de otro de los pinjantes de cadenas de finales del siglo XVI o principios del XVII y procedente con probabilidad de talleres andinos, al igual que la “lagartija” y el “papagayo”. Fue donada por María de Las Nieves Pinto y Vélez de Ontanilla, que a su vez la había heredado en 1716 de su madre, Hipólita Teresa Vélez de Ontanilla (1666-1716). Está sujeta por dos cadenas “al elemento de suspensión superior que, con cuatro anillas en cruz, permite el uso de la joya”. Pérez Morera continúa describiéndola: “cubre su pecho una esmeralda almendrada y otros 29 ojos o cabujones de las mismas piedras están embutidos en la testa de la serpiente –pintada en verde al igual que la cola-, en la cintura y a lo largo de la cola, tanto por el anverso como por el reverso. Lleva enroscada sobre el torso y los brazos una sierpe que descansa la cabeza sobre su hombro y a la que dirige su mirada la sirena”. El clavo de oro o roseta superior tiene un cabujón de esmeralda en el centro. Esta sirena de esmeraldas perteneció a la mencionada María de Las Nieves Pinto, quien en el testamento que firmo en 1779, la dejó con una cadena de perlas a su sobrina Beatriz Pinto y Vélez y después a su hermano Juan Pinto. Como ninguno de ellos tuvo descendencia, en virtud de las mismas disposiciones, pasó a la Virgen de Las Nieves, a la que también regaló “una rosa de esmeraldas que es conocida y de mi uso”. Acerca de la sirena de esmeraldas, Fernández García añadía: “es de hacer notar que una sirena similar a la que la Virgen tiene se encuentra en el Museo Lázaro Galdiano, de Madrid”.
 
En la Bajada Lustral de 2010, se estrenó una danza infantil coreada en honor a la Virgen de Las Nieves denominada “Danza de las Sirenas”. La prensa local decía que “contienía muchos de los elementos característicos de los actos tradicionales de las fiestas: sencillez, originalidad y una sabia mezcla de emoción, inocencia y ternura”. Se había inspirado en esta joya emblemática de la Virgen, así como en la relación de Santa Cruz de La Palma con el mar.
Los miembros de la prestigiosa saga familiar, los Vélez de Ontanilla, poseían numerosas alhajas hechas en perlas, oro, y “esmeraldas hechuras de pescado, sirenas, lagartos y papagayos”. Debido a la temática de estos últimos, se les suele considerar americanos. El de oro y esmeraldas que posee la Virgen, según Pérez Morera, se recoge por primera vez en el inventario de 1625 como “un papagayo pequeñito de oro con esmeraldas que dio Santiago Fierro Bustamante”. Sin embargo, Fernández García nos informaba de que “el papagayo de oro y esmeraldas fue donado en 1604 por Diego Fierro”. El primero nos lo describe: “en posición frontal, alas desplegadas y larga cola, posa sobre un tronco en ‘S’ tendida, originariamente pintado con esmaltado en verde, del que cuelgan un pinjante con dos perlas engarzadas. Es de oro con esmeraldas de talla tabla y triángulo embutida en cajas de engaste, cinco en cruz sobre el pecho; otras dos en cada ala y tres más en el reverso. No tiene cadenas –y tampoco consta que las tuviera-, tan sólo una anilla de sujeción en la cabeza. Cuelga de una rosa de oro a la filigrana, con 13 esmeraldas y cuatro piedras blancas que va sujeta a la ‘eme’ de perlas…”
 
Todas estas bellas obras de arte, y muchísimas más, conforman el joyero más valioso de cuantos existen en Canarias, que se incrementa constantemente con los obsequios que le hacen los devotos de dentro y fuera de la Isla, en agradecimiento a los favores recibidos de la Gran Señora de La Palma.

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